Son las 8:15 pm, avenida central, tugurio el Azteca a reventar; Rossy está en el camerino, siente vergüenza. No había esperanza en sus ojos; la ciudad se llenaba mientras ella se iba vaciando lentamente, casi sin notarlo.
Médico titulado, atractiva (siempre le había gustado lucir bella), ojiverde por herencia y rubia por el peróxido, una cubana en el exilio interior, había llegado a México por una mala jugarreta del destino, necesidad, ansias de conocer, de salir de la isla y vivir un poco más allá del mundo que conocía. En realidad había llegado a México gracias al amor cibernético, pero a ella le gustaba contar la otra historia.
María Concepción Aguilar acababa de titularse en la Habana y decidió que ya no quería vivir en la isla, quería enamorarse de un sujeto con acento diferente. Tomó la decisión y se embarcó rumbo a México con un puñado de billetes y una maleta llena de sueños por lograr. Destino final: la hermosa Ciudad de México; le habían hablado tanto de ella que no podía pensar un lugar mejor para iniciar lo que sería “El resto de su vida”.
Se asentó en un lugar de la colonia Juárez, a unas cuadras del reloj chino, con una hermosa vista a un bachillerato, con todo lo que ello implicaba: parejas enamorándose, mochilas, gritos, drogadictos, borrachos, muchachos jugando a ser adultos. A María Concepción le gustaba asomarse por la ventana y descubrir el modo en que se relacionaban los jóvenes, notar que en realidad, su cultura no era tan distinta de la mexicana.
María tiene una entrevista en el Seguro Social para probarse como Médico cirujano del hospital 20 de Noviembre, está ansiosa, emocionada y el insomnio ha tocado a su puerta.
7:15 am. María Concepción corre para llegar al Hospital, la cita es 7:30 am pero no quiere llegar a la hora exacta, prefiere tener tiempo de analizar el lugar y sentirse cómoda en él. Al entrar un guardia pide su identificación, muestra una con dirección en Cuba y el guardia la manda a una fila –No señorita, lo siento, va a tener que formarse, es que de las instrucciones que tengo no me han dicho que hacer si me muestran una identificación con una dirección fuera del País, yo no puedo tomar decisiones en eso, mejor espérese y hable con el supervisor- claro, esa espera duró 30 minutos, para que al final le dijera el gerente que no había problema, que ella podía pasar pues venía a probarse, de hecho le reclamó por no haber pasado directo. Llega a una fila inmensa, todos vienen a hacer prueba, pero las fichas las han dado a las 7:30 am, María Concepción no tiene una, le explica su situación a la mujer que parece la encargada ( al menos es la única que está detrás de un escritorio y mira fijamente unos papeles), pero es inútil, se rehúsa a escucharla y le dice que es su problema si no tomó las debidas precauciones para llegar a tiempo. María Concepción ha perdido la oportunidad de trabajo que añoraba.
A los pocos meses los ahorros comienzan a escasear, no tiene amistades, los vecinos la miran raro porque las mujeres acá no tienen ese busto prominente y unas hermosas caderas que hacen juego, las vecinas la observan sin saber si sonreírle o alejar su mirada del escote que permite vislumbrarla perfección de sus pechos que no hace por ocultar. María Concepción ha probado en varios lugares, de médico, maestra, secretaria, hasta para asear los baños en una dependencia gubernamental, pero siempre son respuestas parecidas “Nosotros le llamamos” “Uy no, usté está sobrecalificada, seguro le interesa un puesto en el que paguen más, pero por ahora no tenemos” “No, definitivamente abrumará al resto del personal con sus…, espero me entienda, soy sólo un empleado, pero no quiero problemas, la empresa se dice nacionalista” “oiga y ¿si leyó que se solicita empleado? No decía que tenía que ser vieja”
La desesperación comienza a apoderarse de María Concepción, sale a caminar continuamente, piensa, tiene hambre, hace ya dos días que no come, se avergüenza de llamar a su familia, les dice que todo está bien, ni siquiera hace el intento de pedir dinero, va contra sus principios, es ella quien debería estarles mandando dinero, maldice el momento en que decidió embarcarse para salir de la isla. Un volante llega a sus manos, “se solicita mujer atractiva, buen cuerpo, activa, para trato con mucha gente, pago acorde a la capacidad”, una dirección, un teléfono, un mensaje del cielo de alguien que no la había olvidado.
Acude a la dirección ese mismo día, se ha puesto un lindo vestido, zapatos de tacón alto y un labial que enmarca su hermosa sonrisa dibujada a fuerzas. Un sujeto en la puerta, una nalgada y le pregunta ¿vienes a la entrevista no? Claro, ella no sabe que decir y sólo afirma, no tiene muchas opciones y decide entrar. Su entrevista sólo fue un manoseo sencillo con su respectivo sexo oral para el seleccionador.
María Concepción ha cambiado, sus tacones ahora son transparentes, las lagrimas se disfrazan entre copas que le invitan y bocanadas de un humo que prefiere mantener de continuo, su sonrisa también ha mutado, ya no es la búsqueda inocente de un sueño perseguido lo que refleja, sino el hambre de más, ya no se acuerda de sus clases de medicina, sino del modo en que debe hacer la plática a un cliente machista que sólo quiere que le dé la razón, sus vestidos siguen teniendo escote, pero se han hecho más cortos, un tanto más vulgares, se sigue viendo bonita, sigue teniendo luz en sus ojitos verdes, pero ahora sólo le importa tener más dinero, seducir un día a un sujeto con dinero y que éste se enamore de ella lo suficiente como para salirse del oficio, pero ¿A quien quiere engañar? Ha aprendido a disfrutar de su trabajo, se ha vuelto una persona que no reconoce; ahora se llama Rossy y ya no le da pena desnudarse, tener sexo, beber y sumergirse en el infierno sólo por un poco de satisfacción momentánea; nada dura lo suficiente, pero con el dinero es peor todavía.
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